jueves, 19 de septiembre de 2013

Descubren el lugar donde se esconde la imaginación. MIGUEL MENDO 2ºB

Nues­tro ce­re­bro aún es­con­de in­te­rro­gan­tes y cues­tio­nes por ex­plo­rar. Ahora un grupo de cien­tí­fi­cos ha tra­ta­do de des­cu­brir dónde se lo­ca­li­za en nues­tra mente la ima­gi­na­ción. ¿Es fruto de una com­ple­ja red neu­ro­nal o por con­tra exis­te una si­tua­ción es­pe­cí­fi­ca en el ce­re­bro?
Ma­ni­pu­lar de ma­ne­ra cons­cien­te las re­pre­sen­ta­cio­nes men­ta­les es una ha­bi­li­dad única de nues­tro ce­re­bro. Gra­cias a esta des­tre­za, somos la única es­pe­cie ani­mal capaz de desa­rro­llar crea­ti­vi­dad y uti­li­zar la ima­gi­na­ción en mul­ti­tud de ta­reas ar­tís­ti­cas y co­ti­dia­nas.
Y es que la rea­li­za­ción de mu­chas de nues­tras ac­ti­vi­da­des dia­rias re­quie­ren de la ima­gi­na­ción. Pien­sen en efec­to en las artes vi­sua­les, en las ma­te­má­ti­cas, en la mú­si­ca o la danza. Todas estas ta­reas re­quie­ren de un com­ple­jo tra­ba­jo por parte de nues­tro ce­re­bro. La pre­gun­ta en­ton­ces es clave: ¿qué zona de este ór­gano es la en­car­ga­da de la ma­ni­pu­la­ción cons­cien­te de nues­tros pen­sa­mien­tos, causa di­rec­ta de la exis­ten­cia de la ima­gi­na­ción?
Esta cues­tión fue la que se plan­tea­ron in­ves­ti­ga­do­res del Dart­mouth Co­lle­ge de Ha­no­ver. Su hi­pó­te­sis cen­tra se ba­sa­ba en plan­tear si la ima­gi­na­ción era el pro­duc­to de va­rias redes neu­ro­na­les dis­tri­bui­das en zonas como el cór­tex fron­tal, pa­rie­tal y oc­ci­pi­tal.
En otras pa­la­bras, según las teo­rías ini­cia­les de los pro­pios cien­tí­fi­cos la ima­gi­na­ción no de­be­ría estar lo­ca­li­za­da en un único punto de nues­tro ce­re­bro, sino más bien era el re­sul­ta­do de va­rias zonas de nues­tra mente. La com­ple­ji­dad del tra­ba­jo de estas redes neu­ro­na­les pro­vo­ca­ba a su vez que la ima­gi­na­ción sea con­si­de­ra­da como uno de lospro­ce­sos men­ta­les más com­pli­ca­dos, y sin em­bar­go, más ca­rac­te­rís­ti­cos de la es­pe­cie hu­ma­na.
Para eva­luar si su hi­pó­te­sis era co­rrec­ta, los in­ves­ti­ga­do­res de­ci­die­ron lle­var a cabo un ex­pe­ri­men­to en 15 per­so­nas. El es­tu­dio ana­li­zó la crea­ti­vi­dad e ima­gi­na­ción de estos in­di­vi­duos ante di­ver­sas imá­ge­nes vi­sua­les, lo que puede en parte res­trin­gir los re­sul­ta­dos y con­clu­sio­nes del en­sa­yo. Y es que nues­tra pro­pia ima­gi­na­ción va más allá de lo que vemos, dada la com­ple­ji­dad de las re­cons­truc­cio­nes men­ta­les que lle­va­mos a cabo.
En los ex­pe­ri­men­tos vi­sua­les, los par­ti­ci­pan­tes ob­ser­va­ron di­fe­ren­tes pie­zas sin una re­la­ción apa­ren­te, de forma que tu­vie­ron des­pués un corto pe­río­do de tiem­po (de solo unos se­gun­dos) para me­mo­ri­zar la fi­gu­ra en su mente, y re­sol­ver la ope­ra­ción que se les pi­die­ra en cada caso. En el ar­tícu­lo pu­bli­ca­do en la re­vis­ta PNAS sobre laac­ti­vi­dad ce­re­bral, los cien­tí­fi­cos vie­ron con re­so­nan­cia mag­né­ti­ca qué par­tes del ce­re­bro eran es­ti­mu­la­das en los dis­tin­tos casos.
Como ex­pli­ca­ba Alex Sch­le­gel, uno de los in­ves­ti­ga­do­res de este es­tu­dio, los ex­pe­ri­men­tos rea­li­za­dos no sir­ven para lo­ca­li­zar de ma­ne­ra es­pe­cí­fi­ca un punto del ce­re­bro donde se en­cuen­tre nues­tra ima­gi­na­ción. Como se pre­veía en un prin­ci­pio, la crea­ti­vi­dad es pro­duc­to de una com­ple­ja ac­ti­vi­dad de nues­tras redes neu­ro­na­les, de forma que más bien exis­ten dis­tin­tos es­pa­cios men­ta­les donde se crea y tra­ba­ja la ima­gi­na­ción.
Hasta el mo­men­to, las téc­ni­cas an­te­rio­res, ba­sa­das en el es­tu­dio ais­la­do del ce­re­bro no ha­bían per­mi­ti­do des­en­tra­ñar la lo­ca­li­za­ción es­pe­cí­fi­ca de nues­tra ima­gi­na­ción. Este es­tu­dio ofre­ce las pri­me­ras evi­den­cias sobre su si­tua­ción en nues­tro ce­re­bro.
Y como se pre­veía, tal y como decía James Wat­son, "el ce­re­bro es lo más com­ple­jo que se ha des­cu­bier­to hasta la fecha en el uni­ver­so". Ex­plo­rar cómo se forja nues­tra ima­gi­na­ción y crea­ti­vi­dad nos hace ser ca­pa­ces de in­da­gar un poco más en lo que nos hace úni­cos como es­pe­cie.

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